Don Hermenegildo había encontrado la fórmula infalible. Siempre abría sus puertas a los testigos de Jehová y siempre les recitaba los mismos versos de Ricardo Mollo:
Que hay de esa imagen en mi cielo
No creo ser tan importante
camino mi propia luz
y me siento un haz de luz
Claridad del propio ser.
Luz, luz, luz del alma
Soy un hombre que espera el alba.
Que hay de esa imagen en mi infierno
Si ya fui roto a tomar aire
Caminaste por mis brazas
me soñé en la oscuridad
me estrellé contra mi.
Luz, luz, luz del alma
soy un hombre que espera el alba.
No confunda che pastor
no me interesa tu cielo
toda el agua va hacia el mar.
Luz, luz, luz del alma
Soy un hombre que espera el alba.
Luz, luz, luz del alba
Soy un hombre que espera el alma.
Miren qué creativo Ricardito ehh!
ResponderEliminarTere, Ud. se pasa de confianzuda con el diminutivo. Y creativo es también don Hermenegildo al que se le ocurren esos usos del rock nacional que para qué le cuento.
ResponderEliminarJajajaja, una táctica admirable. Yo tenía una amiga que les decía: "Alá es el único Dios y Mahoma su profeta", pero reconozco que la solución de Don Hermenegildo es mucho más lírica.
ResponderEliminarSí, lo extraordinario del hombre es el momento lírico. Si andamos forzando una explicación se me ocurre que pasa porque él es un creyente en el poder persuasivo de la palabra y en esa creencia se siente bastante solitario. Entonces, ante la visita de los creyentes, le surge una cierta afinidad. Sería por eso (estoy hipotetizando) que busca una solución más poética en el intercambio argumentativo. Gracias, como siempre, por comentar.
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