miércoles, 21 de septiembre de 2011

Otra imagen final

Como haciéndome cargo de lo autobiográfico del género a los postres, enmarcamos otra imagen final, pura nostalgia, sí, la pucha. Un asado familiar, un picadito de fútbol posterior, de esos donde se mezclan las edades, de primos, sobrinos, padres, algún primo lejano amigo de la familia, donde los números no dan y para hacer la cosa más pareja un equipo se hace más numeroso que el otro, de esos donde por falta de jugadores se juega con arco chico y libre, de esos que duran hasta que la diferencia de goles se hace insostenible o hasta donde lo permite el cansancio.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Los dos finales

La colección “Elige tu propia aventura” delegaba la responsabilidad moral en el pequeño lector.
Aquí nuestro pequeño homenaje:

El final triste:
Un languidecer triste, con idas, rencores no hablados, cuerpos solos, sombras, penumbras sobre vides secas.

El final feliz:
Una fiesta de la mañana a la noche, algún casamiento o menos, algún comienzo. Brindis por los novios (o algo así), por la amistad, por la comida, por la belleza, por mero juego.  Un final de fiesta con mate, silencios cómodos, mantas a los pies, cielo estrellado, paz, sin tiempo.

viernes, 26 de agosto de 2011

Los vio pasar

Zoilo los vio pasar a todos, literalmente, y no de viejo, sino de vivir en la avenida, cosa de chacarero que se va a la ciudad, y bien a la ciudad, al medio.
Digamos que se integró fácilmente:
-          por su habilidad para putear de corrido,
-          porque su cinismo campestre iba bien con la ironía ciudadana,
-          porque jubilado como rentista se permitía períodos de prodigalidad con los vecinos,
-          porque era un excelente jugador de truco,
-          porque tenía primo bodeguero y te conseguía buen vino a buen precio y con aire de campo.
El Chino, como Zoilo, también los vio pasar a todos, por razones muy parecidas (cinco también, casi idénticas) pero con distintos aires.

miércoles, 24 de agosto de 2011

La consagración de Mecha

María de las Mercedes Cárdenas alcanzó su consagración artística a los 72 años ya de vuelta de muchas cosas (de la viudez, entre otras).
La cosa fue más o menos así: Su hijo, a pesar de la consabida incomodidad con las estridencias y extravagancias de Madre, llevó uno de sus cuadros a su nueva oficina. El jefe lo vió, le gustó y le pasó el encargo para las galerías de la empresa y de ahí, en pocos meses, la fama, la retrospectiva en el MALBA, el tan fotogénico abrazo emocionado con Marta Minujín.
Lo cierto es que (la) Mecha venía pintando (¿para sí?) lo mismo desde la década del ’80: Pequeños cuadros que citaban las escenas de (los almanaques de) Molina Campos con la exquisita diferencia de que los rasgos faciales viraban hacia el animé y los colores buscaban tonos más metálicos.
Su versión de “Almacén de Ramos Generales” me salió en su momento dos mil quinientos pesos (y ella primero no me la quería cobrar), me encanta, sólo dios sabe cuánto sale hoy.

Addenda: 

Ojos gauchos
“¿Qué es un artista? ¿Qué es el arte? Son dos preguntas que, tras las vanguardias, los desplazamientos institucionales, los medios masivos, los múltiples cambios de soporte, el siglo XX nos dejó, como enmarcadas en sendos cuadros en el living del comedor (letra Arial 28, fondo blanco, marco negro en madera, 60 por 40 cms.). Pero ante una obra como la de María de las Mercedes Cárdenas esas preguntas se disuelven ante el peso de la evidencia.
Asombra primero la insistencia en quinientas obras y treinta años de producción de cuatro simples operaciones: citar, acercar el plano, ajustar el brillo, “animar” los ojos. Con las décadas fueron cambiando los soportes pero el gesto es el mismo; más aún, en los últimos años emerge más sólido. Mecha maneja el PhotoShop con la destreza de una quinceañera.
Imposible agotar las lecturas de las series de la Cárdenas.
Sugerencia de revisitar la obra de Molina Campos como molestia (sí, molestia, “síntoma es la fiebre” aclara siempre la artista): Esos gauchos domesticados (pero) (por) grotescos que gozaron del éxito popular.
Orientalismo pionero el de Mecha.
A mí lo que primero me atraviesa es el cambio de régimen, de ser tranquilos testigos del andar gaucho a ser interpelados por esos ojos mirones, expuestos y secretos, inocentes y violentos, guerreros.”

Texto de J.J. bustos que presentó su primera exposición pública en los pasillos de La Hojarasca y fungió como prólogo del correspondiente catálogo.

lunes, 22 de agosto de 2011

Enamorados

Se habían enamorado con su madre
(de ser eso posible)
discutiendo apasionadamente
(pensado dos veces, no podía ser de otra manera).
Debería caerle bien:
-jubilado de laburante de sol a sol
-sobrio
-apostrofador del juego
-caminante de a cinco kilómetros diarios.
Pero no:
Sentía que lo sobraba,
que
(sobre todo en la mesa familiar)
cada palabra era una alusión a él
que tenía que andar decodificando.
Interrumpió, justamente, su balance mental don Nicanor :
-El problema no es que la gente (don Nicanor no entrecomillaba) no crea en la dignidad, el problema es que cree que se defiende metiendo la trompa del auto en la esquina, en que si me cerró o no me cerró, en que me deja o no me deja pasar, en quién habla más fuerte. Joder, la dignidad del hombre es otra cosa.
Intervino la esposa de Emiliano, quien sí lo disfrutaba:
-Y Ud., Mercedes, ¿qué piensa?
Emiliano resopló para adentro (de ser eso posible).
Mercedes abrió los ojos sensiblemente:
-No sé, no estaba escuchando -ajena a las cavilaciones de su hijo, indiferente a las elucubraciones de su enamorado, parca frente a las invitaciones de su cuñada, evaluaba si ponerle al tinto un segundo cubito o no.
Quizás no, quizás la mano firme suspendida en el aire, pinzas abiertas cinco centímetros arriba de la cubetera, le estaba contestando a todos muy (pero muy) sintéticamente.

viernes, 19 de agosto de 2011

El blanco va con Seven Up

-El blanco va con Seven Ap.
-Ahí hay Sprai.
Don Hermenegildo, algo cansado por el viaje y abombado por el calor, escucha el diálogo entre dos adolescentes cordobesas en un supermercado de Santa Rosa de Calamuchita. Calla. Piensa en su tercera edad, en la necesidad o no de ese viaje, en la inconveniencia sonora del "ahí hay Sprai".
Se pregunta si su tolerancia e incitación a la diversidad no es más que un gesto pour la galerie, o para la gilada, como gusta decir su compadre Nicanor.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Cliente inverosímil

El galanteo de Juanca por la rubia fue, esta vez, largo y decadente. Cliente inverosímil, pretendió estoicismo al soportar el verano junto con sus nuevos y reticentes compañeros de velada.
Que, en un abrir y cerrar de ojos, ella se fuera (metáforicamente esta vez) con el menor de los Zavaleta fue para Juanca más que una afrenta personal una revancha del pasado, que al menos uno desearía haber conocido.

lunes, 15 de agosto de 2011

El despertar de Ana

El despertar de Ana siguió al despertar sobresaltado de su marido.
- Nada.
Ella, ya que estaba, se levantó al baño y pasó a la cocina.
La vajilla limpia pero las copas a medio vaciar (eso que compartían de no poder definir si ése fue el último sorbo  o no).
Se sentó con un vaso de agua helada en el medio del calor húmedo y sofocante de la noche y miró el limonero a través de la ventana (como en un tibio homenaje a Juan José).
El limonero había crecido, a fuerza de superar embichadas, del retoño del árbol que don Hermenegildo tenía todavía en su casa.
Esa cosa que tenía su padre de legar débilmente.
(Ana no duerme.)

viernes, 12 de agosto de 2011

El presente de Emiliano

Emiliano lo conoció al menor de los Zavaleta por intermedio de Alfredo que era yerno de don Hermenegildo, que era amigo de don Nicanor, que era el novio de su madre.
Sin temor a exagerar, su nuevo jefe le cambió la vida.
El menor de los Zavaleta tenía dos preceptos (entre otros) que aplicó a rajatabla en esta ocasión:
-          El secreto del buen desempeño laboral radica en lograr el grado de autoconfianza justo.
-          Es más fácil ajustar ese grado para arriba que para abajo.
(Había leído la contratapa de un libro titulado El Maestro Ignorante).
Decía Emiliano, quien había habitado bien remuneradas buhardillas administrativas por años, que su aplicada carrera en administración de empresas finalmente sirvió para algo. Contrastaba su presente con un pasado perdido en una tropa que, decía él, se vestía a la moda con sus chiches tecnológicos y su sofisticado spanglish para ocultar mejor su esencia de empleada pública a lo Gasalla.

Con el Moncho pasó cosa parecida.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Destino trágico

Siendo Alfredo uno de los personajes que nos caía más simpáticos en esta historia, no dejará de sorprendernos su (ahora) sino trágico. Mala jugada del destino (o mal día del autor, recaída en el conservadurismo, en la circularidad de la historia, en el eterno presente, simple pereza intelectual), con unas copas de más, y por esa cosa de que niños y borrachos son atravesados por la verdad, como en una mala copia de un cuento de Borges (o de alguno de sus seudónimos) Alfredo quiso cobrar revancha como treinta años después, él, narigón todavía, fabulando una broma pesada para Juanca. La cosa es que algo salió mal, un accidente, grave, luego mortal.
Pero, mala copia al fin, quizás fuese sólo un sueño, un despertarse sobresaltado, transpirando, un misterioso volverse abstemio, nostálgico y callado (a nuestros ojos, igual de trágico).

lunes, 8 de agosto de 2011

Herencias

Llevaban tantos años de novios que parecía que no iba a pasar. Ella, a pesar de los años y del hijo juntos, seguía usando su apellido de soltera. Pero un día se anunció el enlace Gómez-Barrenechea.
Wilmer, que hacía ya un tiempo era compañero de trabajo de Gómez y que había sido invitado de honor en la fiesta, tuvo unas palabras muy emotivas a la hora del brindis. Dijo que (como ya sabemos) el hijo cirujano (estético) había heredado el estilo del padre pero el deseo de intervenir en esa realidad… lo había heredado de la madre.

Ud. objetará que se ha dicho que Gómez e hijo eran objeto recurrente de la maledicencia popular y que la gorda Barrenechea era parte de dicha maledicencia. Bueno sepa Ud. que en la maledicencia popular se puede ser parte sin ser juez pero no se puede ser juez sin ser parte.

viernes, 5 de agosto de 2011

Crítica

Zoilo, que como crítico literario era contundente, a esa altura sentenció: Tenía un par de buenas ideas, que no eran propias, y que habían sido forzosamente disfrazadas.

miércoles, 3 de agosto de 2011

De cómo el Moncho Zapata se volvió vegetariano o de los riesgos de la incredulidad

La fuerza del Moncho era casi legendaria, ya lo sabemos. Sin embargo, siempre hay incrédulos. La incredulidad esta vez, debilidad de la edad, había hecho mella en dos jóvenes muchachos.
Nos encontramos en un asado bastante multitudinario. El Moncho departe con unos niños sobre la velocidad de la liebre y la persistencia de la tortuga. Mientras tanto, a unos metros, una ronda de hombres acumula anécdotas sobre la fuerza del Moncho. El par de muchachos, nuevos en la ronda, duda.
En su duda preparan el desafío que devendrá fatal: El fuego del asado está por prenderse. Entonces disponen en un pozo dos brasas miserables de pino, le tiran encima unos troncos ya quemados y arriba colocan unos maderos de quebracho. En total, una pila de más de medio metro de alto sin leña fina que colabore. Van a buscar la ayuda del Moncho “para reavivar el fuego” (si era cosa de necesidad el Moncho acudía al pie, si se trataba de una apuesta ya no, por mera desconfianza).
El Moncho nota la impericia en el armado de la pila pero, como era de no meterse en asado ajeno, se dispone a hacer lo posible. Se acomoda a medio metro de la pila, abre las patas en arco, inclina el pecho hacia delante, agarra con las dos manos la tapa de hierro de medio metro de diámetro y empieza a abanicar.
La fragua humana es furiosa, a los pocos segundos se empiezan a notar unos puntos rojos en lo hondo, al medio minuto todo el bajo de la pila es rojo incandescente y al minuto y pico todo es una sola brasa ardiente.
Hasta ahí el Moncho no ha parado nunca de abanicar hacia abajo y hacia delante, y prácticamente no se ha escapado una llama. En ese momento, él empieza a recular y avisa al resto. Sigue abanicando, incluso hasta más fuerte, mira el fuego y se aleja hasta un metro y medio o más. El resto de los presentes también retrocede, conocedores del paño y obedientes al consejo del Moncho, salvo los dos muchachos.
Estos, atrapados por su propia incredulidad, siguen a menos de un metro del fuego. El Moncho no los ve, interrumpe el abanicar, se tira al suelo para atrás, justo a tiempo para que apenas se le chamusquen las pestañas, y mira con ojos orgullosos como se despliega una llamarada digna de película de Hollywood.
Dicen que los muchachos prácticamente se esfumaron por el aire, que el Moncho advirtió primero los ojos extasiados del resto de los concurrentes, que luego se detuvo en la tristeza de esos mismos ojos, que pasó de entender a no entender a entender y así finalmente cayó en la cuenta.
Dicen que, a pesar de que la policía, los comensales y el pueblo lo excusaron de cualquier culpa y cargo, al Moncho le quedó para siempre un remordimiento y un cambio en sus hábitos alimenticios.
Lo raro del caso es que de este par de muchachos sólo se conocieron ese desafío y ese misterioso hacerse humo, nadie supo quiénes eran, quién los invitó, por dónde vinieron. Años después, con las consecuencias a la vista, Alfredo postuló que eran los ángeles del colesterol bueno.

lunes, 1 de agosto de 2011

Clasificado

Cuando vio el aviso: “Se busca camionero para joven bodega con afán de experimentación, buena conversación e inquietudes literarias” Gómez no lo dudo ni un instante.

viernes, 29 de julio de 2011

Los celos sanos

Como se podrá suponer Gómez no compartía con sus compañeros camioneros el gusto por la prostitución, muy por el contrario era un decidido oponente.
Suponiendo la complicidad policial, su estrategia fue atizar los celos de sus colegas de profesión entre copa y copa para promover así el deseo de exclusividad, y provocar el rescate épico… o por lo menos una cuota de amabilidad.
Así, anécdotas van, anécdotas vienen, él (ritorno a su etapa de lectura de autores del fines del XIX y principios del XX) se enamoraba platónicamente de todas.