jueves, 6 de enero de 2011

Don Hermenegildo décontractée

Don Hermenegildo Puerta, sabio y poeta, bebedor de atardeceres, famoso por su colección de sifones de soda avant San Telmo Revival, exquisito gourmet, poseedor de una receta soberbia de cebollas acarameladas, profeta austero en la palabra, decía, ya hace unos años:
-El verdadero placer es descontracturado, décontractée. Es un matecito en una fresca primera mañana de verano oteando el horizonte, es advertir la belleza arquitectónica del Congreso (como) al pasar en el 60, es descubrir la piel tersa de una muchacha bajo el movimiento primaveral de una falda, es encontrar el remate justo en una discusión entre amigos ficticiamente apasionada.
Y sí, claro, también una copa de vino al atardecer… a veces con soda (horror sugerido en aquellas primeras líneas).

El diagnóstico de don Nicanor

Nicanor González Puerta, quien ensayaba el tono altisonante sólo con una copa de Malbec en la mano, desafiaba:
-Quién no pueda disfrutar de una hora de soledad en silencio en un cafetín de Buenos Aires amerita una visita al analista.
Nicanor González Puerta no sólo prenunciaba en sus máximas el stress con cuatro décadas de antelación, sino también se constituía en uno de los primeros promotores del psicoanálisis.

La literatura de Gómez

-Vino y literatura van de la mano –decía el ebrio Gómez, ebrio pero algo culto y viceversa (culto pero algo ebrio). Aunque –aclaraba- debo reconocer que a veces se me va la mano… y así se me van también las teclas entre los dedos (y viceversa)… y la cosa se tiende a volver un poco como demasiado surrealista.

La indignación de don Nicanor

Don Nicanor se indignaba con las generaciones más jóvenes (como tantos otros de su edad) pero por razones más nobles.
–Estos pibes le llaman saber beber a aguantar un par de tragos más que el amigo. Saber beber es otra cosa.

La bodega boutique

-Yo tengo una bodega boutique –espetó en voz alta el tipo entrecano (de un cuidado entrecano), recién llegado en un cero kilómetro de un modelo que no conocía, amarillo. Y Zoilo quedó pensando y pensando en damajuanas y corpiños, juntos.

Clientela heredada

La rubia heredó el bar de su viejo hosco (hosco sobre todo con ella), herencia que incluía su fiel clientela de viejos borrachos, según sabía bromear ella.
En el barrio se especuló que pondría un salón de estética, que un gimnasio, que un negocio de ropa, que lo alquilaba.
Siguió bar, con nueva dueña al frente.
Dicen eso sí que se suspendió el fiado; pero dicen también que los clientes se juntaban más seguido y más animadamente… a hablar mal del viejo hosco. Malas lenguas.