viernes, 8 de abril de 2011

Apuestas III o la tosudez del Pocho

En casa, de chicos, nunca tuvimos perros. Decía la vieja que los perros se mueren pronto, que para qué sufrir de niños la muerte.
Comprobé con los años, por acumulación de experiencias cercanas, que los perros más leales son aquellos adoptados de la calle.
Nos cruzamos con el Pocho una mañana cualquiera. Me siguió en una de esas caminatas matinales de las que los médicos te recomiendan por la artritis. Lo convencí de que se viniera a casa, agarró viaje, previo obligarme a una apuesta. A esa altura de mi vida la carrera me pareció justa, no me quedaba tanto.
Pasan los días, pasan los años, pasan las décadas; vienen los médicos y los veterinarios, vienen los diarios y la televisión, viene la chica del libro Guiness; y el Pocho y yo seguimos, de puro tercos, tirando.
A veces le atribuyo gestos y actitudes humanas, supongo que para ilusionarme con la reencarnación, sobre la cual bromeamos asiduamente (bromeamos, para ser exactos, con nuestra reencarnación cruzada).

2 comentarios:

  1. ¡Genial la reencarnación cruzada! A mí me pasa lo mismo con una planta. Ella quiere ser yo en la próxima vida y yo quiero ser ella.

    Una profunda forma del amor.

    Muy buena la ilustración que aparece a hacer click en la última frase.

    Saludos

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  2. Qué bueno que se haya detenido en la ilustración que ha sido enlazada solapadamente, eso al menos justifica la lectura del post. Yo creo que estos finalmente tenían cierto recelo mutuo con la reencarnación cruzada, que por eso demoraban a la parca.

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