El despertar de Ana siguió al despertar sobresaltado de su marido.
- Nada.
Ella, ya que estaba, se levantó al baño y pasó a la cocina.
La vajilla limpia pero las copas a medio vaciar (eso que compartían de no poder definir si ése fue el último sorbo o no).
Se sentó con un vaso de agua helada en el medio del calor húmedo y sofocante de la noche y miró el limonero a través de la ventana (como en un tibio homenaje a Juan José).
El limonero había crecido, a fuerza de superar embichadas, del retoño del árbol que don Hermenegildo tenía todavía en su casa.
Esa cosa que tenía su padre de legar débilmente.
(Ana no duerme.)
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